Martes 10 de diciembre de 2024
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La adicción al juego en los chicos: tiene 14, gastó los ahorros de su mamá para poder apostar e intentó suicidarse

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“Esto es por mi adicción, esto es por mi ludopatía”, escribió a puño y letra Franco (nombre ficticio), cuando el año pasado, a los 14, se dio cuenta de que su enfermedad lo estaba consumiendo por completo. Como última jugada, el adolescente apostó su vida y la dejó plasmada en una carta después de tomar un frasco entero de codeína que había comprado por algún mercado ilegal de Telegram.

Durante meses, el adolescente desarrolló una gran adicción a las apuestas online, llegó a vender joyas, anillos y gastar los dólares de sus ahorros para seguir jugando. Su mamá, Susana (tampoco es su nombre real), logró llegar antes de que Franco terminara con su vida y ahora cuenta su historia en Clarín para prevenir y alertar a otros padres.

¿Cómo comenzó todo?, pregunta Clarín a Susana. “Fue en agosto, aunque es difícil saber cuándo exactamente. Esta es una enfermedad silenciosa que no deja ningún rastro porque el jugador es altamente manipulador y estratega”, responde. Franco conoció el juego en la escuela, le había confesado a su mamá que en los recreos “se apuesta muchísimo, porque es plata fácil”.

La primera apuesta de Franco fue con una suma mínima. Unos pocos pesos que tenía del dinero que le daba su mamá para que él se pueda comprar algo en el recreo. La primera vez perdió. Intentó una vez más y volvió a fallar. Pero insistió… y esa tercera vez fue la puerta de entrada a una enfermedad sin control. En esa oportunidad, esos pocos pesos que había apostado, se habían multiplicado por diez.

“Él se bajó un manual del juego de cartas Blackjack, sabía todo sobre estadísticas, seguía influencers que hablaban de apostar e incluso se quiso convertir en cajero de casino online. Llegó a un punto en el que ya no era por la plata, sino que era solo para jugar. Después, durante su recuperación, él me decía: ‘Cuando juego me siento bien, ma, como si se me fueran todos los problemas’”, relata Susana.

La mayoría de los sitios de apuestas online no tienen licencia, es decir, circulan ilegalmente porque no están autorizados por los organismos reguladores de todo el país. Las plataformas con dominio “bet.ar” son las únicas habilitadas en el país para operar de forma legal. Ninguna de las plataformas autorizadas brinda la posibilidad de que sus apps se bajen desde las plataformas de aplicaciones.

El resto de los sitios de apuestas que terminan en “.com” o los que llevan a un link de MercadoPago o un WhatsApp son ilegales. Eso está sancionado con penas de hasta seis años de prisión. A su vez, las plataformas legales tienen sistemas de validación de identidad que no permiten jugar a los menores de edad.

No importaba la hora. A la una, dos, tres de la madrugada, los famosos “cajeros”, que son los intermediarios entre los apostadores y las casas de apuesta, le enviaban el mismo mensaje todas las noches: ¿Jugamos una vez más?. La rutina de Franco era entrar a las páginas de «Bet30″ y «Ge-Bet» (no autorizadas en Argentina) de día, de noche, en el recreo, en la mesa o en cualquier hueco de su rutina.

La racha de buena fortuna no duró mucho, cada apuesta significaba un fracaso más, varios pesos menos. A Franco lo sacudía una sensación, parecida a una vibración en sus manos que de alguna forma lo obligaba a seguir jugando. Ya no era por la plata, era por la adrenalina que le generaba.

“Los chicos son vivos, si no tienen plata, la hacen”, dice Susana. “Él comenzó a vender cosas suyas como dos computadoras, un skate, un anillo de zafiro que venía de generación en generación, y los skins que ganaba en el Counter-Strike. Los ofrecía en Facebook, le transferían y con esa plata apostaba. En un momento dejó de conseguir skins porque ya no jugaba al Counter, lo había cambiado por la ruleta y las maquinitas”, relata.

Ya no había más nada por vender, pero Franco recordó que su mamá tenía ahorros en dólares debajo de su cama. “Empezó a sacar cada 100 dólares y, lo más importante de todo, los vendía en una casa de cambio. No les importaba que fuera menor, se lo cambiaban igual. Su ruta era ir por la mañana al colegio y, antes de venir a casa, pasaba por el negocio a cambiarlo. Hasta pensó en escanearse el ojo, pero no llegó a hacerlo. Apostaba todo el día, en cualquier lugar”, cuenta a Clarín.

El punto de inflexión en Franco llegó cuando esa caja que tenía 2.800 dólares estaba completamente vacía. Ya no había más para seguir apostando y por dentro le invadía la culpa por haber vendido cada dólar que llegó a juntar, por años, su mamá. La “solución” creyó encontrarla en un grupo de Telegram. Dos frascos de codeína para terminar con su vida y su enfermedad.

Esa mañana de diciembre, antes de ir al colegio, Franco se sentó en el piso de la habitación de su mamá. Tomó un frasco entero de codeína, pero Susana llegó antes. Como pudo, dejó todo abajo de la cama y fue directo al colegio. “Cuando fui a limpiar me encontré con ese frasco que parecía jarabe de tos. Cuando busqué en Internet me enteré de que era un opioide muy fuerte. Después entré a su habitación y me encontré con la carta de suicidio. No llegué a leer ni dos renglones que me empecé a desesperar pensando que no había llegado al colegio”, dice.

“Cuando llegué a la escuela, lo vi dormido. Era una mezcla de sensaciones. Por un lado, el alivio de verlo, después la bronca, la sensación de traición, el porqué me mentiste, el ¿quién sos? No se condecía con lo que yo conocía de mi hijo, con lo que yo eduqué”, rememora.

Por un mes, Franco quedó internado, con su mamá, en una clínica psiquiatrica por intento de suicidio. “Cuando se acostaba me decía, ‘Mamá, yo cierro los ojos y veo el siete, veo el siete, la ruleta’. Me repetía que lo perdone y que me iba a devolver todo”,

Hoy en día no existen estadísticas sobre esta adicción en los adolescentes. No obstante, los especialistas aseguran que la ludopatía va ganando más terreno en los más chicos.

De hecho, muchos grupos de rehabilitación aún no contemplan, o no están preparados, para recibir miembros menores de 18. Sin embargo, Jugadores Anónimos, luego de conocer la historia de Franco y ver la gran demanda respecto el juego en adolescentes, bajó la edad de ingreso a los grupos y ahora es a partir de los 14 años.

Franco lleva más de 140 días sin apostar, asiste de lunes a lunes a Jugadores Anónimos. Cambió de colegio y va a una escuela técnica. Si bien tiene celular, la familia instaló un control parental de Google que le avisa a Susana cuando intenta descargar alguna aplicación.

“Él está en rehabilitación y sabe que durante toda su vida va a tener que tener cuidado porque, con tan corta edad, se le despertó algo muy grande dentro suyo”, expresó Susana.

  • Si necesitas ayuda podés comunicarte con la Línea de Vida JUGANON – +54 9.11 4085 8996
  • El Instituto de Lotería y Casinos de la provincia de Buenos Aires también cuenta con un programa de prevención y asistencia al juego compulsivo que funciona desde hace casi 20 años con 10 centros de atención presencial y una línea de atención gratuita 0800-444-4000.

Fuente: Clarin

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