Espectáculos
Oscar Martínez: “La decadencia argentina es muy evidente para cualquiera ya, es muy triste”
El experimentado actor Oscar Martínez, que acaba de estrenar la serie “Bellas Artes”, asegura: “Una parte de la población me estigmatizó los últimos 20 años por expresar mi punto de vista”. Su vida en España y por qué allí “no pueden entender que la Argentina esté como está”.
—¿Por qué decidiste vender la casa?
—Marina también vendió un piso que ella tenía antes de conocerme a mí. Y con eso, comprar en Madrid es muy complicado porque los precios suben y suben y suben… Va mucha gente extranjera a comprar pisos. Un piso como el que yo vivo en Madrid, que alquilo, está en dos millones o más de euros. Y ojo: deben ser 150 metros, no estás hablando de mi casa de acá, que eran 300. Lo que nos permitió la venta fue comprar a un precio razonable una casa que amamos en Marbella, muy cerquita del Mediterráneo, maravillosa, y a la que vamos muy seguido. Parece mentira, viste, que tenés una casa a dos cuadras del Mediterráneo, en un sitio precioso. Y aparte, mantener aquí (en Buenos Aires) una casa como la que yo tenía… Solamente el costo de las expensas, sabiendo que no vas a volver a vivir ahí, es una locura.
—Es la primera vez que charlo con vos ya siendo residente en España, porque antes, siempre ibas y venías.
—Fue una decisión gradual. Fui en el 2016, que empecé Toc Toc, la primera película. Fui en el 2017, 2018, 2019, 2020… Iba todos los años: entre el 2016 y el 2020 hice cuatro películas, una por año. Estaba previo al rodaje, durante el rodaje; después me quedaba un poco para descansar, pasear. Y después tenía que volver para el estreno, para hacer la promoción. Entonces, me pasaba tres, cuatro meses del año en Madrid. La idea original fue: “¿Y si invertimos los tantos y estamos al revés, ocho o nueve meses en Madrid y tres o cuatro acá?”.
—¿La política y el clima social de la Argentina también tuvieron que ver, Oscar?
—Sí, claro, por supuesto. Sobre todo, la decadencia. Me da mucha tristeza pero es muy obvia, muy ostensible, muy evidente ya, para cualquiera. Y sí, la crispación. La inseguridad. Me cruzo con argentinos; muchos se han ido ahí y muchos van a pasear. Me ven por la calle caminando y lo primero que me dicen es: “¡Qué diferencia!”. ¿Por qué? Porque van con el móvil por la calle, porque pueden comer en una terraza con la cartera, porque pueden salir cuatro mujeres de noche y no les pasa nada. Te sacás una mochila, digamos, una cantidad de cortisol de vivir en estado de alerta, que lo notás en cuanto bajás del avión. Después, el ánimo social es alegre, despreocupado. No se habla de política, y aquí no se habla de otra cosa que de política. Eso hace una calidad de vida, amén de que es un país que funciona. Hay crédito, por ejemplo. La primera vez que me ofrecieron un crédito le dije al oficial del banco: “En mi vida tomé un crédito de un banco”. Hasta que me explicó que me podían dar una cantidad de dinero importante al 3%, por tres años. “¡¿Cómo?! ¿Y cuánto pagó por mes?”; “50 euros”; “Ah…”. Otra galaxia para nosotros. Todo eso hace a una calidad de vida. Si además tenés trabajo, te tratan bien, te valoran… Bueno, yo iba y me sentía a gusto. Después volvía aquí y pasaba del enojo a la depresión. Esta es la verdad.
—¿Y desde allá, cómo ves a Milei acá?
—Estoy lejos para opinar de eso.
—¿Te gusta?
—Mirá, hace tres años y medio que no estoy y me parece que es delicado que yo hable, porque a mucha gente la puede… Yo sé cómo está la gente. Más allá de hablar de la actual gestión, la decadencia argentina es muy evidente. Yo me crié y me formé en otro país. Un país con movilidad social ascendente, con una escuela y una salud pública modelo mundial. Un país que hasta el 70 estaba entre los cinco países de mayor ingreso per cápita del mundo. Cuando termina la horrorosa dictadura militar y asume Alfonsín, el índice de pobreza era del 5%; antes había sido de 2%, 3%, y no era indigencia ni era marginalidad, era una pobreza digna, digamos. Cuarenta años después de democracia, tenemos casi el 60 por ciento. Algo hemos venido haciendo muy mal. Ni que hablar de la clase política: no veo que ninguno se haga cargo porque todos los que están son los que estuvieron con éste o con aquel. Y veo que hablan desde un lugar de supremacía y además, virulento, muy belicoso de los oponentes, como si ellos no tuvieran ninguna responsabilidad en un proceso de 40 años que nos llevó a esto. Y es muy triste. Es decir, yo no me fui alegremente: fue una decisión que tomé, sí, pero nadie quiere irse de su patria, de su lugar, donde tiene sus afectos.
Fuente: Infobae