Sábado 23 de noviembre de 2024
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Cultura

El indígena en la inspiración del arte octava entrega de La Aventura Escultórica

El texto de Marcelo Nieto da cuenta sobre la influencia indígena en el arte, en el marco de una nueva entrega de “La Aventura Escultórica”.

Tras la campaña del desierto verde, claudica la libertad indígena. La guerra contra el indio no sólo significó su derrota, también su negación. El arte, que tiene el don de echar luz donde hay oscuridad, puso al autóctono en escena –con esplendor o compasión-, redimiendo la fatalidad de la historia.

Los Matacos, chunupíes, sinipíes, tonocoté, lules, malbalaes, corroas, atalalás, pasaynes, tobas, mocobís, mataguayos, orejones, chiriguanos, pelichocos, cocolotes, sotenahás eran algunos de los pueblos comarcanos que vagaban por las extensas llanuras del Gran Chaco, Chacogualambo, La otra Banda, Las Comarcas Vírgenes, El Sepulcro de los Misioneros, el Desierto verde, El Impenetrable… apodos de una enigmática tierra tardíamente conquistada por el blanco. Por más de 200 años para penetrar al Chaco hubo que pedir permiso o negociar con el guaycurú.

La colonia Resistencia fue el primer asentamiento blanco perdurable que marcó el inicio progresivo del poblamiento territorial.

Por entonces, en las postrimerías del siglo XIX, la convivencia del blanco y el nativo era próxima, incluso necesaria. La mano de obra en obrajes y sembradíos, en chacras e incluso en las primeras fábricas; los trueques permanentes… La presencia indígena era parte de la cotidianeidad.

Que el indio se imponía como legítimo dueño de la tierra, era una verdad obvia y evidente, aunque no fuera un planteo políticamente correcto, aunque se desconocieran sus derechos, se sepultara su cultura. El conquistador fue impiadoso.

Pasarán algunas décadas hasta que el arte toma por inspiración la historia emergiendo con nuevo sentido la figura del indígena.

Es a finales de la década del ’30 cuando se inaugura el mástil central sobre la Avenida 9 de Julio, mirando a la Plaza principal. En el pedestal, a cada uno de los lados, cuatro placas alegóricas contando el derrotero del Chaco, obra del escultor Julio César Vergottini.

Es de destacar la fundición de los relieves, proeza que estuvo a cargo del vecino resistenciano Aldo Agazzani y el bronce, que fue recolectado a través de una campaña intensa.

Un 9 de julio de 1937 fue inaugurada la ambiciosa obra. Los bajorrelieves dan fe de La raza madre, La conquista del bosque, La ocupación de la tierra, La cosecha de algodón.

La placa que hace referencia a La raza madre representa al cacique atlético, altivo y orgulloso, con arco y cuchillo; al lado, su compañera con un niño en sus brazos. Más atrás asoman los guerreros de la tribu, en armas: Hay tantos hombres como lanzas.

Vergotini llegó al Chaco casi por casualidad, camino de regreso de un viaje-aventura. Dos años permaneció en esta tierra dejando los soberbios bajorrelieves, de los cuales uno expone al cacique con su familia, atestiguando una lejana –o no tan lejana- Edad de Oro.

Hay un escultor chaqueño orgulloso de la raza nativa y que incluso se presentaba en los salones de Buenos Aires como hijo de indígena, hijo de la selva. Él fue artífice de la primera escultura que puso en alto protagonismo al indio.

Crisanto Domínguez realizó la monumental obra por encargo del Concejo Municipal de Resistencia y fue emplazada en 1938 en la avenida 9 de julio, a metros de la avenida Italia. Censurada por sus importantes atributos genitales, fue trasladada y abandonada en el lote 42 y finalmente enterrada. La sociedad, guardó silencio.

Juan de Dios Mena, no estuvo ajeno a la imagen del indio. Entre sus tipos de tapes, tuvo lugar privilegiado la figura del indio. Una mirada tierna, humorística –tal su estilo- pero no puede evitar tallar un indio resignado, de mirada triste, de cuerpos adoloridos y cansados. Allí están sus Cristos indígenas.

Otro escultor conmovido profundamente con el indio chaqueño es Carlos Schenone. Nació en Reconquista y joven llegó al Chaco del que hizo su hogar. Fue capataz de obraje de La Forestal entre otros diversos trabajos. En esos tránsitos conoció al escultor ruso Stephan Erzia que se había llegado hasta Cote Lai en busca de las nobles maderas chaqueñas para sus obras. Ese encuentro devenido amistad, marcó para siempre el destino artístico de Schenone.

Con toda la variedad de la madera chaqueña talló figuras y cabezas de indios. “Cabeza de indio”, “Cacique”, “El toba”, “El melero”, “La llama”, “Chaqueñita”, “Monumento al quebracho”, dan ejemplo de su concentrada inspiración.

Crisanto, Juan de Dios Mena, Schenone… Tres artistas que jalonan con gallardía el pasado de la escultórica chaqueña y observando el mandato de rendir honores al hijo de la tierra.

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