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La artista que descubrió su pasión dentro un hospital

Nia López Hernaiz trabajaba como profesional de la salud, pero la enfermedad de su padre la hizo replantearse muchas cosas en su vida, hasta de su profesión.

“Para mí, el arte es magia. No concibo mi vida sin pintar. Puedo pasar días enteros pintando sin aburrirme; al contrario, me motiva a seguir creando. Por eso me defino diciendo que soy la expresión de mi alma ante la vida”, afirma Nia, la ultravanguardista artista plástica y diseñadora de indumentaria que supo ganarse el reconocimiento de sus pares y logró participar de innumerables desfiles, junto a modelos tops nacionales e internacionales.

Aunque sus prendas han engalanado “Semana de la Moda”, por ejemplo, en Milán, Roma y hasta ha sido invitada a participar en 2024 del World Fashion Festival Awards Dubai, su historia en al arte no se forjó desde un lugar feliz, sino desde un profundo dolor. “Mi acercamiento con el arte fue espontáneo, impensado, catártico y genuino. Surgió en el momento más difícil de mi vida, durante los últimos meses de existencia de mi padre. Llegó para ayudarme a canalizar esa pérdida, a través de pinturas de muchísimos colores y contrastes plasmados en prendas de todo tipo pintadas a mano. Ahí descubrí mi verdadera pasión y encontré un nicho que estaba vacío”, confiesa.

El recuerdo se vuelve doloroso, aunque haya logrado transformar esta pérdida en una enorme fuerza interior. “Mi vocación y mi arte nacieron en el hospital, junto a mi papá, cuando estaba transitando sus últimos días. Me sirvió para canalizar el dolor y fue esa fuerza que él me dio la que logró que mi arte lleve ese positivismo, esa alegría y ganas de vivir», afirma con orgullo.

Hasta ese momento, la vida de Nia iba por otros carriles. Luego de terminar la secundaria se puso a estudiar la carrera de odontología. Pero la abandonó cuando cursaba tercer año. Fundamentalmente, porque había optado por recibirse como profesional en Diagnóstico de imágenes.

“Siempre tuve vocación de servicio, me gusta salvar vidas, así que sentí que con en esta profesión podía cumplir mi deseo. Me dediqué de lleno al trabajo y me especialicé en hemodinamia, cateterismo, y todo lo que en la especialidad se desarrolla dentro de un quirófano”, rememora con un dejo de nostalgia.

Para atemperar todo lo que vivía dentro del hospital, decidió estudiar diseño de indumentaria, más como una vía de escape que como una posible salida laboral, en ese momento.

Una oportunidad laboral en el hospital de la ciudad de Rawson, hizo que Nía dejara su querida Córdoba. No sabía que el destino le proponía esa cercanía para poder estar junto a su papá Dardo, en el momento más triste de su vida, porque le diagnosticaron cáncer de páncreas.

Según los científicos, esta enfermedad tiene la supervivencia más baja de todos los cánceres comunes. “Cuando recibí la noticia sentí que me desinflaba por completo y me quedaba sin energía. Tenés un gran peso sobre tus hombros, entrás en un duelo anticipado y sabés potencialmente lo que se viene. El cáncer de páncreas es lapidario, lo único que te queda es darle una muerte digna al enfermo. Así que le pedí a Dios discernimiento para poder actuar en tiempo y forma; reprimí mis emociones y dediqué todo mi tiempo a estar con él», rememora entre lágrimas.

Fueron siete meses de agonía. Sus días discurrían entre su trabajo en el hospital al otro hospital para acompañar a su padre. El gran vínculo que tuvo desde siempre con él, se acrecentó en esas mañanas o tardes, cuando el dolor se apaciguaba un poco y les dejaba un tiempo para compartir y disfrutarse uno al otro.

“Un día papá me dice: ‘¿por qué no comprás unas hojas y lápices?’. Sin preguntarle para qué, fui hasta la librería y me aparecí en la habitación con una resma inmensa. ‘Acá te traje lo que me pediste’, le dije. ‘No es para mí’, me contestó. ‘Es para vos, para que pintes. Me gusta cómo combinás los colores’. Y ahí comencé a dibujar y a pintar sin parar. Le mostraba mis dibujos, se los compartía. Empecé a pintar sobre prendas y juntos descubrimos cómo poder hacerlo sobre prendas oscuras”, relata Nía.

Este material le llegó a una conocida que tenía agencia de modelos, que le propuso participar en un desfile. Lo llevó a cabo y cerró la pasada junto a Hernán Drago, vestida con una prenda con un diseño suyo. “Eso fue dos meses antes que falleciera mi papá, logré que él pudiera ver concretado aquello que empezamos juntos”, afirma.

Recuerda que el día que Dardo falleció fue completamente surrealista. Si bien sabía que esto iba a suceder en cualquier momento, igualmente se sintió anestesiada y abrumada.

Siguió trabajando en el rubro de la salud, pero cada vez se le hacía más difícil. Al respecto, cuenta: “Me sentía más sensible, no podía ver a la gente sufrir, me excedía en mis funciones y quería ayudar de otra manera a los pacientes. Mis jefes me llamaban la atención por esto. Hasta que dije basta, y ahí sentí que no tenía más motivos para trabajar ahí. No sólo dejé el trabajo, solté todo. Agarré la camioneta, mis dos mascotas y en dos valijas puse un poco de ropa, mis pinturas y me fui en busca de mi felicidad. Agarré la ruta y manejé sin parar desde Trelew hasta Córdoba. Nunca había hecho algo así. Esa fue la prueba de que perdí el miedo y me podía atrever a lo que quisiera”.

En su amada Córdoba se reencontró con sus amigas y la contención anhelada. No tenía casi nada, salvo sus diseños y obras, y eso le bastó para empezar a hacer una carrera en el arte y hacerse conocida. Remarca que su búsqueda artística fue a base de “prueba y error”, y fue encontrando la combinación de técnicas que reflejara su esencia.

Sus diseños nacen de manera absolutamente creativa, sin bocetos previos, apela mucho a la improvisación a medida que va viendo la obra terminada.

Y esas alas que se le desplegaron, la incitaron nuevamente a volar y así fue que recaló en Buenos Aires. “Sentí que tenía que venir a la capital para desarrollar del todo mi carrera y así, impulsiva como soy, me vine con los pocos ahorros que tenía y casi sin contactos”, relata con entusiasmo como quien recuerda esa primera zambullida en una pileta.

Sus diseños y creatividad no pasaron desapercibidos, al mes de su estadía ya se encontraba vistiendo a grandes figuras como Moria Casán, Nicole Neumann, Sofía Zámolo, Lourdes Sánchez, entre muchas otras.

De a poco, sus trabajos se fueron posicionando y empezó a cautivar todo tipo de público con sus diseños exclusivos y labor artesanal, que propició que, en 2018, fuera convocada para participar en la Semana de la Moda en Milán.

Desde entonces Nía López Hernaiz no para de crecer. “Cada prenda es única, eso es lo que la hace diferente. Los diseños son pintados a mano, ningún modelo se repite y no discriminan ni edad, ni peso”, acota la diseñadora.

Por cierto, la cordobesa pasó de ser una emprendedora a una empresaria del arte y cuando recuerda sus comienzos en otra profesión, sabe que eligió su carrera porque le gustaba salvar vidas y el arte le salvó la suya, lo que le permite afirmar, hoy en día: “que se puede vivir de la pasión que uno lleva en el alma”.

 

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